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Un secreto de pasillo

Última modificación: 23 de Febrero de 2020, y ha tenido 799 vistas

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En el mundo universitario hay un secreto que todos conocemos pero que nadie enuncia públicamente. Sí, se comenta en los pasillos, en las cafeterías, en la puerta de las facultades cuando llega la hora de volver a casa, incluso en las calles de la ciudad o en los bares de la zona cuando te cruzas con otros profesores universitarios.

Es un secreto que no depende de la disciplina en la que trabajas, que compartes con igual disgusto con historiadores, economistas, matemáticos, biólogos o filósofos, y en todos ellos puedes ver la misma perplejidad al dotar de sonoridad lo que todos tememos, experimentamos, y finalmente asumimos. Lo llevamos diciendo desde hace años calladamente, pero por alguna extraña razón no sale publicado en las gacetas universitarias, no se habla de ello en los informativos, no ocupa las portadas, ni las contraportadas, ni la sección de anuncios, de los medios de difusión que sí han publicado otras realidades académicas. Y, sin embargo, es quizás de las verdades más duras que puede vivir un país. ¿Quizás hemos estado tan ocupados viviendo cómo han dinamitado el sistema de investigación, los sueldos, la sanidad, el conocimiento público, que no nos hemos preocupado por este "pequeño" detalle?, ¿o quizás es que el cambio ha sido tan gradual, tan irreconocible, que solo nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde?

Esta verdad silenciada no es otra que ésta: el nivel de los alumnos que comienzan los estudios universitarios cada año es peor, hasta grados vergonzantes y alarmantes. La preparación con la que llega el nuevo alumno universitario ha caído tan estrepitosamente que apenas es posible llegar a los niveles mínimos necesarios para obtener la titulación que les damos... y es algo que no depende de la titulación, ni es un problema aislado de unos pocos alumnos, ni de una disciplina, ni de una facultad concreta, ni siquiera de una universidad, no es algo que observe un viejo profesor aislado, quizás añorando tiempos pasados, es algo que se ha convertido en sustancia inherente al sistema educativo universitario español (pero no está solo en esta prodigiosa hazaña, le acompañan la inmensa mayoría de los países con los que compartimos economías, culturas y recuerdos). La sorpresa ha dejado de ser descubrir alumnos que no entienden nada, ahora es salir de clase y haber recibido una pregunta de un alumno que demostraba haber entendido el contenido del día.

Con seguridad esta sustancia con la que convivimos debe encontrarse en el resto de niveles educativos porque, en caso contrario, no llegarían tan mal preparados al inicio de la universidad, pero no me corresponde a mí hablar de lo que me dicen los amigos profesores del resto de niveles educativos. En cualquier caso, la educación de un individuo no se recibe únicamente en los centros educativos, sino, y más importante, en la propia sociedad y familia que debe transmitir unos valores y costumbres.

Los alumnos llegan tan mal que apenas se puede sacar de ellos (o meter, según se mire) nada excesivamente elaborado. Pero el problema no es únicamente de contenido, no es sólo que tengan un conocimiento pobre, disperso y acerca de muy pocas cosas, el problema es que, salvo muy raras excepciones, los alumnos llegan sin las capacidades básicas para aprender nuevos conocimientos, no tienen una estructura mental que les permita manejar con soltura conceptos abstractos, formalizaciones, razonamientos elaborados... algo que diferenciaba el aprendizaje universitario del resto de opciones educativas. Es como si durante los años de educación anteriores nada de lo que les han enseñado hubiera calado en sus cabezas, ni el contenido ni los métodos para que la máquina que es el cerebro pueda seguir aprendiendo del mundo de una forma constructiva... es como si, simplemente, nunca los hubieran entrenado para usarlo de forma ligeramente avanzada. Y lo peor es que mucho de ellos trabajan meticulosamente en las asignaturas, pero sin la base suficiente para poder abordarlas, por lo que, unido al desastre metodológico que supone la evaluación continua sobrecargada de entregas periódicas, se encuentra el exceso de tiempo que han de dedicar a entender unos conceptos para los que no están preparados. Como resultado, se quedan sin tiempo para entender lo que es clave, sacrifican asignaturas con contenidos esenciales por aprobar aquellas en las que tienen opciones, y se encuentran un par de años después completamente desmotivados por los estudios que un día decidieron comenzar. A todos nos pasaría si sufriéramos ese desfase entre posibilidad y necesidad.

Es grave, gravísimo, puesto que los universitarios representan (teóricamente, aunque posiblemente cada día que pasa con menos fidelidad) el sector de población que mejor preparada está desde un punto de vista intelectual... si las condiciones de los que eligen la opción universitaria son éstas, ¿cómo está el resto de la población joven?

Sí, generalizar es peligroso, podemos encontrar toda la casuística en todos los sectores, y cada año encontramos algún alumno bueno, pero si solo unos pocos, cada vez menos numerosos, destacan sin siquiera llegar a los estándares de hace unos años, significa que se está creando una brecha que separará aquellos que son capaces de entender conceptos de nivel universitario, de la gran masa, mucho más amplia, que no lo es. Y no es la única brecha, es una más de entre todas las que se han ido cincelando con tesón en los últimos años.

Tampoco es que estos "conceptos de nivel universitario" sean especialmente elevados. De hecho, son inferiores a los que se enseñaban hace unos años. Admitámoslo, si a pesar de que los alumnos cada vez tienen menos nivel el número de aprobados y titulados en España crece, se debe a un simple y evidente hecho: el nivel que imponemos en nuestras clases (todos, no solo soy yo y los que me rodean) es cada vez más bajo, y no lo hacemos para aprobar a más alumnos, sino porque es la única forma de que lleguen a entender algo en las clases. Adaptamos las explicaciones al público que nos rodea, eliminamos material que presenta dificultades insalvables para la duración de una asignatura común con los conocimientos con los que la comienzan. Y, por último, no evaluamos respecto a los estándares prefijados, sino al contenido explicado en unas clases que no pueden avanzar si no bajamos el ritmo y dificultad para adaptarlos a la capacidad del estudiante medio. Resulta que han ido acortando la duración de los estudios para producir trabajadores baratos, y la solución para producir titulados de un nivel decente realmente estaba en duplicar los años de preparación para formarlos.

Y el proceso se encadena, como una maldición, hacia el tercer nivel, el máster, donde a pesar de tener un filtro más porque llegan menos, los más motivados y preparados, seguimos sin la posibilidad de impartir los conocimientos que el nivel reclama... pero es que, si no hemos podido completar su educación en el grado, ¿cómo es posible dar un salto cualitativo sin rellenar los conocimientos no impartidos para alcanzar el nuevo nivel?... no hay tiempo para todo, e ignorar lo que no saben los alumnos es tan inútil como quedarse callado durante las clases, así que la solución (quizás la única) pasa por continuar donde lo dejaste, en un nivel inferior al de grado y seguir provocando que la rueda se mueva cada vez más lento.

Después se dice que tenemos la generación de jóvenes mejor preparados de la historia de España... ¿un engaño más para la autocomplacencia?, espero que sí, y que nadie lo diga en serio, porque si no quien lo cree y el que escribe deben estar viviendo en regiones, o quizás tiempos, completamente distintos. En esas afirmaciones se suele considerar únicamente el hecho de que haya más universitarios, ni el nivel que tienen ni la capacidad de crítica, análisis y resolución que deberían mostrar.

No es el objetivo de estas líneas asumir culpas ni buscar otros culpables... quizás en cierta forma todos seamos un poco responsables: los alumnos que, aunque se les demuestre que están siendo defraudados con el sistema educativo, han perdido la capacidad para rebelarse frente a un hecho que claramente juega en su contra, y jugará en su contra durante todo su desarrollo futuro; sus padres y tutores, por ceder un exceso de responsabilidad en un sistema educativo que no controlan y que deberían vigilar (no gestionar, ni decidir, puesto que no son especialistas en la materia, todo lo que han hecho para estar en ese papel es haber tenido hijos); los profesores, por no tener las narices de decir "por aquí no recorto", y pasar la mano, aligerar el peso, asumir la pérdida de antemano, quizás todo por una unión de factores no exentos de razones; los políticos, por jugar con los sistemas educativos como si fueran moneda de cambio y medio de presión, y expresión, ideológica, y no con la seriedad que el tema se merece (quizás es que no sepan hacerlo de otra forma, y simplemente no deberían hacerlo);... y busquemos más responsables, porque seguro que hay más, uno en cada esquina.

Pero la ausencia de culpables (o su indeterminación) no nos exime de intentar cambiar las cosas. Si no las cambiamos quizás sería mejor dejar el sistema educativo como un producto más externalizado en algún país que sí se lo tome en serio y dedicarnos a importar todo lo necesario para seguir viviendo a cambio de nuestro sol, playa y tapitas con cerveza fresca... aunque en cuanto viajemos nos daremos cuenta de que sol, playa, y tapitas con cerveza, las hay mejores en muchos sitios más baratos.

Y por último, lo que aquí se grita no es resultado de una crisis económica de 10 años, para conseguir algo así se necesitan bastantes más años de "despiste", de cambios inadecuados, de mala gestión, de objetivos erróneos... o de muy mala leche cumpliendo unos objetivos que no buscan el bien común.

Eres libre de añadir tu punto de vista en los comentarios inferiores...

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